
Los Santos Inocentes fueron los primeros en saltar al escenario justo a las nueve de la noche para interpretar la primera canción del álbum Licenciado Cantinas, el tema instrumental El mar, el cielo y tú. Cuando salió nuestro maestro de ceremonias lo hizo para seguir con Llévame. Casi sin darnos tregua siguió con Ahora (El tiempo de las cerezas) y El Solitario (Licenciado Cantinas). Esta última una de mis favoritas del disco, con bastante ritmo nos cuenta la historia de alguien muy solo que para variar se convierte en un cierrabares para superarlo, todo un clásico.
Ya guitarra en mano Enrique siguió con La señorita hermafrodita (El viaje a ninguna parte) y con El Extranjero (Pequeño cabaret ambulante) durante la que el auditorio pareció despertar para corear este tema y Ódiame, que fue la siguiente, a pleno pulmón. Este fue el primer single con el que hace unos meses se nos abría la puerta a lo que sería su nuevo trabajo, que en mi parecer es una sucesión de canciones desesperadas que sirven para espantar a la pena, por lo menos el tiempo que te dure la borrachera.
Después de varios temas de discos anteriores llegó uno de los mejores momentos del concierto. Ya se había puesto el sombrero vaquero y nos había dado las gracias por venir, así que le tocaba contarnos una historia. Por ello nos presentó Ánimas, que no amanezca como esa canción que hay que cantar gritando al sol durante un amanecer en Garibaldi. Esta también la coreamos e incluso se llego a escuchar algún grito que parecía sacado de un corrido mexicano y que llegaba de algunos de los asistentes.
A partir de ese momento y hasta el último acorde ya no hubo forma de calmar al auditorio. Sácame de aquí, Que tengas suertecita, El día de mi suerte y De todo el mundo se fueron sucediendo para dar paso a un final apoteósico con Sí y El hombre delgado… Todas ellas mezcladas con agradecimientos y una despedida que sabíamos que no era tal ya que le habíamos echado un vistazo al setlist del concierto del miércoles. Ya sin la camisa Enrique y la banda volvieron al escenario para terminar con otras cinco canciones más y por supuesto con la presentación oficial de cada uno de los miembros.
Ataviado con un traje en el que se veían llamaradas y aferrado a un micrófono con calaveras, Enrique nos regalo todos esos gestos suyos tan característicos, movimiento de manos y caras de sufrimiento incluidas. Incluso durante la canción de Infinito llegó a uno de los laterales para acercarse todo lo posible a su público. Arrogante en su justa medida y con una elegancia de los bajos fondos hizo alarde de ese chorro de voz con el que te mece durante sus actuaciones. Un directo que a veces te deja sin palabras y que cuando él te pide que cantes, te las arranca. Un showman con pelo ensortijado, un hombre que de nuevo ha vuelto a demostrarme que es puro espectáculo.
Los Santos Inocentes fueron los primeros en saltar al escenario justo a las nueve de la noche para interpretar la primera canción del álbum Licenciado Cantinas, el tema instrumental El mar, el cielo y tú. Cuando salió nuestro maestro de ceremonias lo hizo para seguir con Llévame. Casi sin darnos tregua siguió con Ahora (El tiempo de las cerezas) y El Solitario (Licenciado Cantinas). Esta última una de mis favoritas del disco, con bastante ritmo nos cuenta la historia de alguien muy solo que para variar se convierte en un cierrabares para superarlo, todo un clásico.
Ya guitarra en mano Enrique siguió con La señorita hermafrodita (El viaje a ninguna parte) y con El Extranjero (Pequeño cabaret ambulante) durante la que el auditorio pareció despertar para corear este tema y Ódiame, que fue la siguiente, a pleno pulmón. Este fue el primer single con el que hace unos meses se nos abría la puerta a lo que sería su nuevo trabajo, que en mi parecer es una sucesión de canciones desesperadas que sirven para espantar a la pena, por lo menos el tiempo que te dure la borrachera.
Después de varios temas de discos anteriores llegó uno de los mejores momentos del concierto. Ya se había puesto el sombrero vaquero y nos había dado las gracias por venir, así que le tocaba contarnos una historia. Por ello nos presentó Ánimas, que no amanezca como esa canción que hay que cantar gritando al sol durante un amanecer en Garibaldi. Esta también la coreamos e incluso se llego a escuchar algún grito que parecía sacado de un corrido mexicano y que llegaba de algunos de los asistentes.
A partir de ese momento y hasta el último acorde ya no hubo forma de calmar al auditorio. Sácame de aquí, Que tengas suertecita, El día de mi suerte y De todo el mundo se fueron sucediendo para dar paso a un final apoteósico con Sí y El hombre delgado… Todas ellas mezcladas con agradecimientos y una despedida que sabíamos que no era tal ya que le habíamos echado un vistazo al setlist del concierto del miércoles. Ya sin la camisa Enrique y la banda volvieron al escenario para terminar con otras cinco canciones más y por supuesto con la presentación oficial de cada uno de los miembros.
Ataviado con un traje en el que se veían llamaradas y aferrado a un micrófono con calaveras, Enrique nos regalo todos esos gestos suyos tan característicos, movimiento de manos y caras de sufrimiento incluidas. Incluso durante la canción de Infinito llegó a uno de los laterales para acercarse todo lo posible a su público. Arrogante en su justa medida y con una elegancia de los bajos fondos hizo alarde de ese chorro de voz con el que te mece durante sus actuaciones. Un directo que a veces te deja sin palabras y que cuando él te pide que cantes, te las arranca. Un showman con pelo ensortijado, un hombre que de nuevo ha vuelto a demostrarme que es puro espectáculo.
Fuente: Doing Madrid (España)
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