Desde hace ya varios años, Enrique Bunbury se ha convertido en uno de los músicos favoritos de la audiencia latina en la ciudad de Los Ángeles, por lo que resultaba de algún modo natural que se mudara a esta ciudad, en la que radica desde hace algún tiempo.
Es
por eso que el evento que se realizó el pasado 9 de octubre para
homenajear al cantante español en el Grammy Museum de L.A. Live tuvo un
gusto muy íntimo y casero, respaldado por el hecho de que se llevó a
cabo en el Teatro Clive Davis, un auditorio pequeño con capacidad para
pocos asistentes y una cantidad limitada de invitados entre los que
afortunadamente nos encontramos, lo que nos permitió no sólo ser
testigos de un inusual set acústico, sino también de un interesante
conversatorio que tuvo al ex Héroes como protagonista.
El
interlocutor del rockero fue Josh Kun, un joven profesor universitario
que ha apoyado siempre la escena del rock latino a pesar de ser
anglosajón, y que admitió desde el inicio sentirse nervioso debido a que
el invitado -ampliamente conocido por el interés que pone en su
privacidad- no suele participar en actividades de este tipo y, mucho
menos, desenchufar su propuesta musical, que posee generosos arreglos
eléctricos.
Como era de esperarse, Kun se alejó completamente del
plano de los chismes para entablar un diálogo académico y sesudo que
probablemente aburrió a algunos de los presentes (a fin de cuentas,
había varios niños y varios adultos que no dominaban el español), pero
que resultó sin duda fascinante para quienes se interesen en el aspecto
musical de un artista que a través de su carrera ha mostrado un
eclecticismo imbatible.
En vista de que Bunbury lanzó recientemente "Licenciado Cantinas",
un disco compuesto por elaboradas reconstrucciones de temas
latinoamericanos cuya versión fílmica se encuentra ahora mismo nominada a
un Grammy Latino, el intercambio verbal se centró en su adopción de
esos ritmos y estilos, que según él han sido "cantos de ida y de vuelta"
y que, en su caso, fueron aprehendidos (y aprendidos) durante sus
propias giras por dichos territorios, que lo contactaron primero con las
canciones y después con los compositores.
Cuando le tocó el turno
de explicar su elección de un tema instrumental ("El amor, el cielo y
tú", de Agustín Lara) para abrir la placa, Bunbury reconoció que esto
tuvo que ver con su temor de que se le acusara de haber hecho un disco
menor por la falta de composiciones propias, aunque según él mismo le
puso el mismo esfuerzo que a sus otras obras; y cuando Kun intentó un
complejo análisis temático de la producción, lo aprobó, pero agregó con
mucha chispa que "le faltó la cantina", en alusión a los innumerables
bares recorridos para escuchar a los auténticos músicos populares.
Aunque
el español suele ser serio y hasta distante, en esta ocasión mostró
unos destellos humorísticos brillantes, como cuando se refirió a los
salseros de la rama dura para compararlos a unos rockeros que, a su
lado, "parecen Dora la Exploradora". Del mismo modo, al aludir a sus
aires mestizos, citó "una contaminación que no es para nada negativa", y
que lo lleva, por ejemplo, a tener en alta estima lo que la mexicana
Lila Downs hace actualmente.
La sesión de preguntas del público
que se abrió luego tuvo también momentos llamativos. Bunbury no quiso
hablar demasiado de su siguiente álbum, pero afirmó que espera que "no
suene a ninguno" de los anteriores y que "posea mucha polirritmia";
además, reconoció las virtudes de su presente banda, Los Santos
Inocentes, sustentadas en el encuentro de una meta en común; y confesó
que la última vez que se emborrachó con el grupo fue en El Tenampa, de
Ciudad de México.
La parte musical lo encontró ya acompañado de
tres músicos circunstanciales: uno en el bajo, otro en el acordeón y el
piano y uno más en una guitarra acústica que se sumaba a la que él mismo
llevaba. Pese a sus temores declarados de que el material perdiera algo
de su nivel en este formato, la mayoría de las piezas escogidas
adquirieron aires novedosos e inspirados, sobre todo en el caso de
"Sácame de aquí", cuya letra desgarrada se pudo apreciar perfectamente
bajo el influjo de una voz completamente expuesta y en estado idóneo.
El
acto se completó con "El extranjero" (de lo mejor que ha hecho),
"Ódiame" (donde mencionó una pugna entre Ecuador y Perú por la autoría
de la composición), "El rescate" (que mantuvo de algún modo su aspecto
psicodelicón), "De todo el mundo" (la menos entretenida), "Apuesta por
el rock'n'roll" (con la impronta Dixieland de su encarnación tardía) y
"Porque las cosas cambian" (que cerró la faena en plan festivo).
FUENTE: Maganzon
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