NUEVA WEB UNA CITA EN FLAMINGOS






AHORA SEGUINOS EN NUESTRA NUEVA WEB:

WWW.UNACITAENFLAMINGOS.TK




28 agosto 2012

BUNBURY EN A CORUÑA: SEDUCCIÓN SIN SORPRESA


Tras sus paradas en Girona, Alicante y Cádiz, el Coliseum de A Coruña acogía el último concierto de Bunbury este verano en España. Por su situación geográfica (a 1.000 kms de cualquiera de las otras tres citas) y la coincidencia en fin de semana de agosto, se intuía afluencia de seguidores del artista llegados de otras Comunidades. Y sí: varias horas antes del evento, se identificaban ya en los alrededores del recinto gallego camisetas negras de Bunbury y de Héroes Del Silencio, el grupo con el que se comió el mundo hace dos décadas.

Poco que ver entre el Bunbury de entonces, mesías impertinente del rock, joven predicador del exceso, y el que hoy viene a desgranar el repertorio de Licenciado Cantinas (2011), un disco de revisiones en el que incluye, según dijo desde el escenario, “canciones cantineras, revolucionarias y melancólicas”. Piezas como El mar, el cielo y tú (Agustín Lara), Llévame (Louie Ortega) o El Solitario (Alfredo Gutiérrez), tríada con la que abre la noche.

Escenografía simple pero cuidada; luz roja, a juego con el traje en tono guindilla que luce el líder. Alguien dice que Bunbury lleva la chaqueta oficial de nuestros olímpicos, tan criticada, pero con una calavera a la espalda.

Desde su arranque, como era de esperar, el concierto tiene un aire conceptual, de espectáculo rock. Están los focos, la actitud, la ropa. Hay unas dos mil personas en el público; cuando sale Enrique, todos lo reciben con las cámaras de sus móviles excepto, quizá, cuatro o cinco. Puede que alguno más se haya retraído, pero ya me entiendes. La gente corea: “Enrique, Enrique”. Constatamos que, a pesar de que la afluencia es discreta, los presentes son fans a dolor (en la jerga coruñesa, “a dolor” viene siendo como decir “a tope” o “hasta las últimas consecuencias”). El repaso a Licenciado Cantinas no es autocomplaciente: puede ejecutarse una ranchera con el sonido recio de una guitarra Gibson Firebird, y es ahí donde aplaudimos el enfoque de Bunbury para con todo este asunto.

Aunque el público se las sabe todas, con El extranjero llega el primer momento de comunión absoluta. Jorge Rebenaque cambia el teclado por el acordeón y Bunbury deja que sus seguidores se encarguen del estribillo. Eduardo (47) viene desde Zaragoza con su mujer y otras dos personas. Aunque no me conoce, me abraza: “Es el number one. Y es maño, como yo. Hemos venido exclusivamente para este concierto. Y no hay otro artista como él. Le sigo desde que empezó con los Héroes y ahora me gusta más. Dime otro como él, ¿eh? No hay nadie más”. Le pregunto si lo conoce personalmente, de Zaragoza. “No. Ni quiero conocerlo. Es gilipollas”. La mujer de Eduardo está enamorada de Bunbury: de ahí la inquina. Entre tanto, Enrique ya se ha liberado de la chaqueta y da gusto a los suyos con Ánimas, que no amanezca, bailadísima. Siguen los gritos: “¡Enrique! ¡Enrique”. 

Álvaro Suite (guitarra, coro) y Robert Castellanos (bajo, contrabajo) son los jefes de un interesante grupo llamado Suite y piezas fundamentales en la maquinaria de Los Santos Inocentes, la banda de Bunbury. Álvaro, que parece mellizo de Leiva, pone actitud, pantalón pitillo, botines rojos de piel, guitarrazos elegantes y unas armonías de voz (graves o agudas) que empastan y dan dimensión a las melodías del patrón, cuyas inflexiones prácticamente dobla. Destaca su labor en Los habitantes, aunque la guitarra solista sea para Jordi Mena, instrumentista sólido y versátil que contribuye al sonido de Bunbury desde tiempo atrás.

Un rato después del auge de Sácame de aquí, el público canta la intensa De todo el mundo como si se tratase de un himno. En una de las barras, una chica se queja al barman: “Cada vez menos rock, ¿eh?”. Él le contesta: “Es una estrella. Viste como una vedette. Pero yo lo agradezco; la mayoría son unos sosos”. 

Frente a ambos, un cuarentón obeso emula la pose de Enrique: muslos abiertos, mano a la espalda, la otra levantada y como poniendo los cuernos. El efecto no es ni parecido, pero fascina la entrega.

Asumámoslo: Bunbury (nacido Enrique Ortiz de Landázuri Yzarduy hace 45 años) tiene el mérito de haber encontrado una personalidad artística propia, congruente e inteligente, porque le permite envejecer bien. Venía de liderar un grupo de rock de éxito masivo. Podría haber jugado conservador y no lo hizo jamás. Tras el arranque insolente de Radical sonora (1997), encauzó su carrera con Pequeño (1999) y Flamingos (2002), sus dos discos más populares. Ha venido profundizando, desde entonces, en un rock panamericano y muy suyo, porque su característica declamación lo identifica entre mil.

Un grupo de fans hablan en la grada: “Luego vamos al karaoke a cantar La Puerta de Alcalá, Amante bandido y las de Camilo Sesto a lo Bunbury”. Tienen razón; o cualquiera de Vetusta Morla o Love Of Lesbian, si apareciesen estos en el repertorio de un karaoke. Prueba a bunburizar el Ave María de Schubert o el de Bisbal: todo es posible. Con su drama, su afectación, su Bowie, sus guiños recurrentes de viajero del mundo y, en definitiva, sus tics (¡esa irritante manera, afortunadamente abandonada, de convertir el sonido “t” en “tch”!), Enrique es un grande. Pero, ojo: si entonas Bailando, de Alaska y los Pegamoides, a la manera de Bunbury, dará la impresión de que tienes un esguince y la resaca es terminal. Y si lo haces con Un rayo de sol, de Los Diablos, parecerá que el verano ha derivado en cáncer de piel. 

Porque el ataque de Bunbury es, eminentemente, dramático y se faja mejor en la tensión de los asuntos desesperados, sean estos de mayor o menor calado. Su temario es demasiado denso como para bajártelo, con copas, un viernes por la noche, pero conecta con una legión de adeptos a su lirismo a ambos lados de la charca atlántica. Eso es así. Y muchos de ellos han crecido con su personaje, han vivido la muda de su artista favorito: de la bandana al sombrero y las calaveras. Por eso, hoy, la audiencia se mueve en la franja de los 30 a los 45 años. Los menores de la treintena son, fundamentalmente, algunos niños que vienen de la mano de sus padres.

Tras El hombre delgado que no flaqueará jamás, que entra con el riff de guitarra a pelo y se desboca a mitad de la pieza, llegan los primeros bises. Enrique sale con sombrero, chaleco y pecholobo. Álvaro lo arropa con sus coros en Porque las cosas cambian y la afición se vuelca con Infinito. Bunbury se marcha de nuevo. Aún saldrá otra vez. El sonido ha sido muy bueno a lo largo de todo el espectáculo. Lo mismo opina Ado (37), músico coruñés que cuenta al maño entre sus influencias, aunque califica el repertorio de “irregular”. Ado cree que “debería dar un giro ahora. Sus últimos tres discos ya no sorprendieron. Como artista es inigualable, pero tiene que seguir moviéndose”.

La última ronda de bises incluye Bujías para el dolor, Nunca se convence del todo a nadie de nada y, para despedir, …Y al final. Fallaron dos que nunca fallan: Lady Blue y Apuesta por el Rock and Roll. De las 23 canciones interpretadas, 7 están en Licenciado Cantinas. El resto se reparte equitativamente entre toda su discografía, ignorando Radical sonora y El tiempo de las cerezas.

Se encienden las luces y suena Stand by me, versión de John Lennon. La jornada concluye tras dos horas exactas de rock bien particular, acusado poso latinoamericano y la sensación de que Bunbury ha ofrecido lo que uno podía esperar, con profesionalidad y entrega admirables pero sin sorpresa alguna.

Aunque quedan resúmenes paralelos, como el de Fernanda (44): “Cuando se sujeta el micro en el cinturón y echa la pelvis hacia adelante, te lo quieres comer. Está fibroso. No sé si lleva ropa interior o no. Pero esa pelvis... Aparece y quieres morirte”.

Fuente: Rolling Stone

No hay comentarios:

Publicar un comentario