El artista cierra el ciclo Conciertos para la Libertad en el castillo de San Sebastián
Un
color domina la escena. Ni el azul de Lady blue, ni del océano
Atlántico que mece a los pies del castillo de San Sebastián. Ni el negro
de las camisetas de los imitadores del inimitable, ni de la noche
presidida por la luna en cuarto creciente, ni siquiera el negro del
escenario cuando se va la luz. Un color, el rojo. Bunbury al rojo vivo,
desde el sombrero al pantalón. De la chaqueta al chaleco. Bunbury
encarnado que habla de rubíes, de sangre, de amor y revolución y que
deja las cerezas para el postre. "¡Enrique, Enrique!", le jalea su
público. Nombre en rojo subrayado. Enrique que cierra el ciclo de
Conciertos para la Libertad ante corazones rojos palpitantes.
"Para
un hombre de mundo es exótico tocar en casa", habla el zaragozano
haciendo un guiño al Látex de esas cerezas que germinaron con Nacho
Vegas y volvemos a saborear en uno de los bises de la noche.
"Haremos
canciones melancólicas y revolucionarias, esperemos que el repertorio
sea de su agrado", continúa el artista que, minutos antes, abría con El
mar, el cielo y tú y Llévame. Una degustación, para comenzar, de
Licenciado Cantinas.
Sin embargo, el último trabajo del zaragozano
no fue el eje central de la noche. Bunbury prefiere jugar con la
memoria, ese "sombrero de prestidigitador" del que saca un buen puñado
de temas de su trayectoria en solitario. "¡Ohhh!", "¡Ehhh!", "¡Ahhh!".
Festival onomatopéyico del respetable que corea y se desgañita con cada
viejo reencuentro.
No son muchos, ¿2.000?, ¿algo más? Pero tienen
ganas, de escuchar y de cantar, de levantar los brazos y de imitar las
gradaciones vocales, las posturas imposibles del ex Héroe.
Porque
Enrique, a veces, se planta inmóvil arqueando la espalda; a veces,
recorre frenético el escenario; por momentos, sacude la cabeza; siempre,
señala y emprende su danza loca de la extremidad libre del micrófono.
Es Bunbury, señores, es Bunbury en estado puro montando su rojo show
donde el rock abre las venas de la Latinoamérica de Galeano.
Irremediablemente
cotidiano sigue a sus palabras, las justas, ya que el artista no
conversaría demasiado con su público durante el concierto. Aún sin tocar
por el sombrero, sin vestir por el fular, Bunbury se pasea dejando ver
la calavera que preside la espalda de la encarnada chaqueta y "las horas
se derriten".
Toma la acústica para recordar "algo de El viaje a
ninguna parte", introduce. Ese algo es La señorita hermafrodita cuyos
compases son acompañados por el batir de palmas de los asistentes. Pero
no sería el único pasaje que les ofrecería el artista en este periplo,
clase business con Que tengas suertecita.
El acordeón de
Reverendo Rebenaque nos transporta al universo cuidadosamente creado por
Bunbury donde el folklore de allá se da la mano con el rock de acá. Los
Santos Inocentes, la banda, lo consigue con solvencia y buen gusto
recorriendo un continente, viajando y haciéndonos viajar.
Varias
paradas las hacemos a oscuras. Un fallo técnico provoca el apagón de las
luces del escenario. "Ahora nos enfocan con la luz del faro", bromea el
intérprete que pide a la formación que se acerque un poco más al centro
de las tablas para que sean alcanzados por el cañón de luz que, situado
en una tarima frente al escenario, enfoca al cantante
permanentemente.El extranjero con la magnífica intervención de la
eléctrica de Jordi Mena (elegante y virtuoso) deja paso a la alegre
versión de Ódiame incluido también en el último disco del artista que se
despoja de la chaqueta para lucir chaleco y sobria (lo único sobrio)
camisa negra.
Recupera El rescate, que no canta en directo "desde
hace tiempo". Con él vuelve la luz al escenario. Toma el sombrero para
No me llames cariño y dedica "a los enemigos del amanecer" otra de las
nuevas, Ánimas, ese tema que parece pedir que el vino, rojo, corra, como
la sangre, roja, que colorea las mejillas. Inspiradora Ánimas... "¡Que
no amanezca, carajo!", grita el cantante para rematarla.
Bunbury
derrama su caudal inagotable, su voz personalísima y se retrotrae a Las
consecuencias. Nos devuelve a Los habitantes y, aún más atrás, a Sácame
de aquí y su lema "está prohibido prohibir".
Álvaro Suite (más
impulsivo y alocado que Mena a la eléctrica pero con destreza y mucho
corazón) rasguea la española con gusto en el rock chacarero de Que
tengas suertecita, mientras que las palmas vuelven con fuerzas para la
profecía de El día de mi suerte.
El rosario de temas no cesa:
Lady blue que se engancha con De todo el mundo, Sí y El hombre delgado
que no flaqueará jamás que nos deja una orgía de guitarras guiadas por
Gacías que marca en la batería.
Despedida y entrada. Por dos
veces. "¡Una y no jodáis más!", diría por último Bunbury. Bises con San
Cosme y San Damián, Bujías para el dolor, Me calaste hondo, Infinito,
Apuesta por el rock and roll, El tiempo de las cerezas ...Y al final,
para el final rojo apasionado.
Fuente: Diario de Cádiz
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