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26 agosto 2012

BUNBURY AL ROJO VIVO


El artista cierra el ciclo Conciertos para la Libertad en el castillo de San Sebastián

Un color domina la escena. Ni el azul de Lady blue, ni del océano Atlántico que mece a los pies del castillo de San Sebastián. Ni el negro de las camisetas de los imitadores del inimitable, ni de la noche presidida por la luna en cuarto creciente, ni siquiera el negro del escenario cuando se va la luz. Un color, el rojo. Bunbury al rojo vivo, desde el sombrero al pantalón. De la chaqueta al chaleco. Bunbury encarnado que habla de rubíes, de sangre, de amor y revolución y que deja las cerezas para el postre. "¡Enrique, Enrique!", le jalea su público. Nombre en rojo subrayado. Enrique que cierra el ciclo de Conciertos para la Libertad ante corazones rojos palpitantes.

"Para un hombre de mundo es exótico tocar en casa", habla el zaragozano haciendo un guiño al Látex de esas cerezas que germinaron con Nacho Vegas y volvemos a saborear en uno de los bises de la noche.
"Haremos canciones melancólicas y revolucionarias, esperemos que el repertorio sea de su agrado", continúa el artista que, minutos antes, abría con El mar, el cielo y tú y Llévame. Una degustación, para comenzar, de Licenciado Cantinas.

Sin embargo, el último trabajo del zaragozano no fue el eje central de la noche. Bunbury prefiere jugar con la memoria, ese "sombrero de prestidigitador" del que saca un buen puñado de temas de su trayectoria en solitario. "¡Ohhh!", "¡Ehhh!", "¡Ahhh!". Festival onomatopéyico del respetable que corea y se desgañita con cada viejo reencuentro. 

No son muchos, ¿2.000?, ¿algo más? Pero tienen ganas, de escuchar y de cantar, de levantar los brazos y de imitar las gradaciones vocales, las posturas imposibles del ex Héroe.

Porque Enrique, a veces, se planta inmóvil arqueando la espalda; a veces, recorre frenético el escenario; por momentos, sacude la cabeza; siempre, señala y emprende su danza loca de la extremidad libre del micrófono. Es Bunbury, señores, es Bunbury en estado puro montando su rojo show donde el rock abre las venas de la Latinoamérica de Galeano.

Irremediablemente cotidiano sigue a sus palabras, las justas, ya que el artista no conversaría demasiado con su público durante el concierto. Aún sin tocar por el sombrero, sin vestir por el fular, Bunbury se pasea dejando ver la calavera que preside la espalda de la encarnada chaqueta y "las horas se derriten".

Toma la acústica para recordar "algo de El viaje a ninguna parte", introduce. Ese algo es La señorita hermafrodita cuyos compases son acompañados por el batir de palmas de los asistentes. Pero no sería el único pasaje que les ofrecería el artista en este periplo, clase business con Que tengas suertecita.

El acordeón de Reverendo Rebenaque nos transporta al universo cuidadosamente creado por Bunbury donde el folklore de allá se da la mano con el rock de acá. Los Santos Inocentes, la banda, lo consigue con solvencia y buen gusto recorriendo un continente, viajando y haciéndonos viajar. 

Varias paradas las hacemos a oscuras. Un fallo técnico provoca el apagón de las luces del escenario. "Ahora nos enfocan con la luz del faro", bromea el intérprete que pide a la formación que se acerque un poco más al centro de las tablas para que sean alcanzados por el cañón de luz que, situado en una tarima frente al escenario, enfoca al cantante permanentemente.El extranjero con la magnífica intervención de la eléctrica de Jordi Mena (elegante y virtuoso) deja paso a la alegre versión de Ódiame incluido también en el último disco del artista que se despoja de la chaqueta para lucir chaleco y sobria (lo único sobrio) camisa negra.

Recupera El rescate, que no canta en directo "desde hace tiempo". Con él vuelve la luz al escenario. Toma el sombrero para No me llames cariño y dedica "a los enemigos del amanecer" otra de las nuevas, Ánimas, ese tema que parece pedir que el vino, rojo, corra, como la sangre, roja, que colorea las mejillas. Inspiradora Ánimas... "¡Que no amanezca, carajo!", grita el cantante para rematarla.

Bunbury derrama su caudal inagotable, su voz personalísima y se retrotrae a Las consecuencias. Nos devuelve a Los habitantes y, aún más atrás, a Sácame de aquí y su lema "está prohibido prohibir".

Álvaro Suite (más impulsivo y alocado que Mena a la eléctrica pero con destreza y mucho corazón) rasguea la española con gusto en el rock chacarero de Que tengas suertecita, mientras que las palmas vuelven con fuerzas para la profecía de El día de mi suerte. 

El rosario de temas no cesa: Lady blue que se engancha con De todo el mundo, Sí y El hombre delgado que no flaqueará jamás que nos deja una orgía de guitarras guiadas por Gacías que marca en la batería.

Despedida y entrada. Por dos veces. "¡Una y no jodáis más!", diría por último Bunbury. Bises con San Cosme y San Damián, Bujías para el dolor, Me calaste hondo, Infinito, Apuesta por el rock and roll, El tiempo de las cerezas ...Y al final, para el final rojo apasionado.

Fuente: Diario de Cádiz

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