Para escuchar ‘Pequeño’ hay que situarse en 1999, olvidar a Héroes del Silencio y entender ‘Radical sonora’ como un capítulo aislado, de ruptura con el pasado. Porque con ‘Pequeño’ nacía en realidad un artista nuevo.
Tras el final de Héroes del Silencio, Enrique Bunbury lo tenía muy
fácil: solo debía seguir musicalmente los pasos de aquellos e inflarse a
ganar dinero. Es una clásico bien conocido: el cantante de un grupo de
éxito es el que arrastra al grueso de la hinchada y quien, por tanto,
arrasa en solitario. Sin embargo, Bunbury, con su primer disco solista,
se fue al polo estético opuesto, a la música electrónica. “Radical
sonora” no era de ninguna manera lo que sus seguidores esperaban, pero
probablemente sí el disco que él necesitaba para romper con el pasado,
para abrir un abismo entre Héroes del Silencio y el (re)nacido Bunbury,
inquieto por plasmar las ideas que bullían en su cabeza y evolucionar
como creador.
Lo cierto es que “Radical sonora” es un disco bastante irregular, en
el que se apunta en buenas direcciones (la búsqueda de sonidos del norte
de África pasados por las máquinas) pero no termina de cuajar y algunas
excelentes canciones quedan perdidas por los tratamientos recibidos.
Hubo quienes lo vieron como una ida de pinza, otros como un intento de
querer hacerse el moderno. Nadie lo entendió. Casi nadie se emocionó con
él. Pero las cosas estaban por cambiar.
Diego A. Manrique había escuchado “Pequeño” unas semanas
antes de que saliera a la calle y me advirtió de lo que había logrado
Bunbury, del gran disco que era, que tenía que escucharlo sí o sí, que
dejáramos los prejuicios a un lado, que iba a merecer espacio y atención
en EFE EME.
Unos días después, en las oficinas de Chrysalis,
tuve oportunidad de escucharlo y, simplemente, no daba crédito a lo que
estaba oyendo… aquel no podía ser Bunbury, de ningún modo. ¡¿Cómo lo
había hecho?! De forma completamente casual, dos días más tarde me
encontraba en Zaragoza, en un concierto, y alguien se acercó para
comunicarme que Bunbury estaba agazapado en un lateral de la sala y
quería conocerme, que si podía ir hasta allí. Me acerqué, y ahí estaba
Enrique, hecho un pincel, con americana negra y refulgente camisa blanca
abierta hasta mitad del pecho. Comenzó a hablarme de EFE EME (no
llevaba demasiados números en la calle), y muy bien, además. Pensé que
eran los típicos cumplidos para quedar bien, pero conforme avanzaba la
conversación, mencionaba determinados artículos y entrevistas, sabía
perfectamente en qué números habían salido, algunos los recordaba mejor
que yo. Aquello no era un halago sin más, el hombre era lector de la
revista, y entusiasta. Seguimos charlando de música, de discos
recientes. Perplejo, empecé a descubrir a un apasionado de la música en
su sentido más amplio, sin distinción de géneros. Un melómano
compulsivo. Le comenté de la escucha rápida de su disco dos días antes
en Madrid y de la muy agradable sorpresa que había supuesto. No quiso
abundar en ello, pero sí quedó en pedirle a la discográfica que me
enviara una copia de adelanto, para que lo oyera con calma, que era lo
que más le interesaba.
Unos pocos días después, me llegó esa copia de trabajo de “Pequeño”.
El disco que iba a cambiarle la vida a Enrique Bunbury, el que iba a
hacerle merecedor del respeto de parte de la crítica (hubo otro sector
que siguió en sus trece) que había obviado o castigado a Héroes del
Silencio. Desde EFE EME echamos una mano, incluso dos, apoyando con
entusiasmo lo que nos parecía una gran obra… Hace trece años de todo
aquello (y, como suele decirse, el resto es historia).
Para escuchar “Pequeño” hay que situarse en 1999, olvidar a Héroes
del Silencio y entender “Radical sonora” como un capítulo aislado, de
ruptura con el pasado. Porque con “Pequeño” nacía en realidad un
artista nuevo, alguien que había dejado los tics y los modos rockistas
olvidados en un armario y sin renunciar al rock, se abría a géneros, a
influencias latinoamericanas y mediterráneas, las combinaba con
excelente gusto y daba lugar a un brebaje original. Por
momentos incluso bastante vanguardista, en el que conviven desde Elvis a
Gardel pasando por Cohen, Kusturica, Nino Bravo, Concha Piquer, José
Alfredo Jiménez y Bambino… Es decir, aquí hay rock, tango, canción
poética intensa, sonidos balcánicos, canción melódica, copla, ranchera,
rumba pasional y hasta sonidos árabes. Pero, lo mejor de todo, es que en
ocasiones cuesta dar con la pista adecuada pues los materiales
originales son reelaborados en profundidad, incluso triturados y
presentados como un plato nuevo en el que, de tanto en tanto, encuentras
una especia que ha dejado su sabor más fuertemente impreso. Sin duda
había nacido un nuevo Bunbury, uno mucho más libre que el del pasado y
que no solo sabía lo que quería, sino que estaba en condiciones de
ponerlo en pie.
Quien guste de fijarse en las carpetas de los discos (los que
descargan discos sin portadas, que se fastidien), podrá comprobar en la
de “Pequeño” (ha envejecido bastante mal, y hoy aparece feucha, triste,
fría y muy poco representativa del intenso contenido sonoro) que los
temas aparecen en ella desordenados y agrupados bajo tres epígrafes:
“pequeño”, “cabaret” y “ambulante” (juntos dan lugar a “Pequeño cabaret
ambulante”, que es como se llamó la gira de presentación del disco).
Puede parecer tremenda tontería, pero si fijamos la secuencia de escucha
ateniéndonos a ellos, la cosa tiene cierto sentido:
“Pequeño” agrupa la cara más romántica, en la que predominan las
baladas, canciones de amor en las que Bunbury deja ver una apariencia
sensible, frágil, alejada de la de macho alfa, desatado y generador
inagotable de testosterona que fijaba su imagen en Héroes del Silencio.
En este bloque se arropa por arreglos de cuerdas, está contenido en la
interpretación (esta fue una muy agradable sorpresa que deparó
“Pequeño”, la de un Bunbury controlando el antaño inquietante chorro
abisal de su garganta), se deja llevar por la distinción y comprende que
menos es más y que los excesos están muy bien para lograr el aplauso
del público más fácilmente impresionable, pero que no son
imprescindibles para comunicar y, particularmente, emocionar, que para
eso hace falta algo más: creer en lo que se canta y expresarse en
función de ello, dándole a la canción aquello que requiere. Los dos
majestuosos primeros temas de “Pequeño”, ‘Algo en común’ y ‘Solo si me
perdonas’, beben de la fuente común del pop clásico melódico sin
etiquetas. En la segunda, y en su recta final, asoman voces flamencas y
palmas, mientras que la tercera, la preciosa ‘El viento a favor’, se
deja marcar por una electrónica suave y entrega grandes versos en los
que entre la melancolía que la cruza se entrevé la esperanza (“Si ya no
puede ir peor, / haz un último esfuerzo, / espera que sople el viento a
favor. / Si solo puede ir mejor, / y está cerca el momento, / espera que
sople el viento a favor”). La última de este cuarteto es ‘¿Dudar?,
quizás’, de aires árabes, próximos a la llamada a la oración en el
comienzo, aunque Bunbury continúa con el romanticismo y la fragilidad,
rota esta por ajustados y precisos crescendos: “Esta incertidumbre no la
soporto, / cómo extraño cuando era más pequeño, / en ningún momento
estaba solo, / y todo parecía tan perfecto. / Pero sé que si me das / un
poco de tu cariño, / lo demás no va a importar”.
El epígrafe del segundo bloque, “Cabaret”, resulta por sí solo
bastante esclarecedor de los temas que tienen cabida en él. Es el
Bunbury de la boa al cuello (o en el pie del micrófono…), el que se
sacudió los prejuicios escénicos de encima y gustó de coquetear con la
ambigüedad (cual Bowie del Ebro). La tremenda ‘Infinito’ es la que lo
inaugura, casi como si un grupo balcánico se hubiera tomado una botella
de tequila mientras sus componentes interpretan lo que, de oídas, creen
que es una ranchera. Bunbury, con notable genio, bastardea géneros con
originalidad y tacto (sin caer en el manuchaoísmo tan en boga en
aquellos años), y es ahí donde brota el creador con cosas que aportar.
Hay intensidad y un sonido, por contraste con la gran producción general
del disco, casi lo-fi. Si José Alfredo Jiménez no hubiera sido tan
hombre, quizá habría escrito versos tan sentidos como estos, en los que
se pone en cuestión el atroz orgullo que tanto daño nos hace a todos:
“¿Qué es lo que hicimos tan mal? / Fue este orgullo desgraciado / que no
supimos tragar”. Además, aquí queda una de las frases más míticas del
disco, de esas que el público gustó luego de corear en directo: “Me
calaste hondo y ahora me dueles”. ‘Lejos de la tristeza’ rodea de
cuerdas su bellísima melodía y ritmo quebradizo; perdiéndose, incluso y
por unos instantes, en un tango pre-electrónico. La letra deja perlas
tan sentidas como “Sueña lejos de la tristeza, / sueña lejos del dolor, /
como si nada hubiera ocurrido / y aún estuviera intacto tu corazón”. De
la pérdida de la inocencia, y por tanto de los sueños, habla la
inoxidable ‘De mayor’, con sus aire a Emir Kusturica; la letra es otra
de las memorables: “De pequeño me enseñaron a querer ser mayor, / de
mayor quiero aprender a ser pequeño, / así cuando cometa otra vez el
mismo error, / quizás no me lo tengas tan en cuenta”. En ‘Bailando con
el enemigo’, saca sus mejores maneras de crooner (sí, Bunbury se estaba
destapando como un vocalista pletórico de registros, ¡quién lo hubiera
imaginado!), que en el cabaret todo cabe, y se pierde en nocturnidades
en la compañía de una trompeta parlanchina y jazzera.
Los temas de “Ambulante” son los del viajero, los más circenses, con
esa fanfarria que domina a ‘El extranjero’, una de las piedras angulares
del álbum, y que nos vuelve a trasladar a los Balcanes, con violín
sentimental detrás de una banda callejera y canalla. El estribillo es
inolvidable (“Porque allá donde voy, / me llaman el extranjero. / Donde
quiera que estoy, / el extranjero me siento. / Porque allá donde voy, /
me llaman el extranjero”), pero tampoco tienen desperdicio otros de sus
versos de contenido más ideológico (“Los nacionalismos, qué miedo me
dan. [...] Ni patria ni bandera, / ni raza ni condición, / ni límites ni
fronteras, / extranjero soy yo”) que dejan lejos, muy lejos, aquellos
textos enrevesados y pretenciosos de Héroes. Bunbury estaba apostando
por la belleza de lo sencillo, por el lenguaje diáfano. ‘Demasiado
tarde’, magníficamente cantada, evoluciona desde la electrónica hacia el
swing y de ahí a una suerte de rock progresivo. ‘Robinson’ es el tema
que más conecta con el siguiente disco, “Flamingos”, sobre todo con la
estética de ‘Lady Blue’; es la canción que formalmente menos tiene que
ver con “Ambulante”, pero es magnífica y deja líneas perfectas, tal vez
confesionales: “Sé que prefiero evitar los problemas, / antes que
pretender resolverlos / prefiero guardarlos en secreto, / y que ellos
solos se desvanezcan”. ‘Contradictorio’ clausura el disco con oscuridad y
densidad, yendo del jazz al soul apuntalado por esa poderosísima
sección de viento que acompañaría a Enrique en directo. En ella se
declara “Ciudadano del mundo entero, / a Zaragoza llevo en mi corazón”.
Pero también refleja la dualidad con la que todos convivimos
permanentemente, la que nos hace más humanos: “Contradicción, / en el
mismo centro de la contradicción, / en el mismo centro. / Y si ayer dije
blanco / y mañana de un salto me paso a lo negro, / no lo veas extraño,
aún ando buscando dónde me quedo”.
Con “Pequeño” Bunbury no solo sorprendió muy gratamente, sino que se
mostró altamente inspirado tanto en el trabajo de composición como en el
de interpretación, pero es que además él solo dio forma a una
producción tan perfecta como compleja (hay capas y más capas, decenas de
aportes mínimos pero esenciales), de una hermosura incuestionable, que
hoy sigue manteniendo su excelencia. Desconozco si lo pretendía, pero
Enrique dejó claro que detrás del “frontman” que se come a bocados los
escenarios (lo suyo gustara más o menos, pero hay que reconocer que
pareciera haber venido al mundo debajo de los focos) habitaba un tipo
inquieto, con ideas propias. Un músico de verdad.
Luego comprenderíamos que “Pequeño” fue el primer jalón de una
trilogía inexcusable que continuó en el poderoso “Flamingos” y alcanzó
su cenit en el cegador “El viaje a ninguna parte”.
Fuente: Efe Eme
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